Por Óscar Paúl Castro
Gracias a mi amigo el poeta Francisco Alcaraz (editor de la revista TextoS, la cual había invitado a Emmanuel Carballo a presentar su nuevo libro, Diario Público 1966-1968 y el más reciente número de la revista) había logrado concertar un encuentro para entrevistar al escritor mexicano.
Carballo es un crítico inteligente, directo hasta la médula, su prosa está cargada de una lucidez sin concesiones, y ha entrevistado prácticamente a todos los personajes consagrados de la escena literaria mexicana del siglo XX.
Al llegar, en el lobby del hotel donde se hospedaba Carballo, ya me esperaba Francisco para decirme que la entrevista se iba a retrasar un poco porque una reportera de un periódico local se encontraba en plática cerrada con el escritor desde hacía más de una hora.
Desde donde yo estaba sentado podía percibir un ángulo limitado de la fisonomía de Carballo: estaba casi de espaldas a mí, su perfil se hacía visible de manera intermitente, gesticulaba con energía; la reportera mantenía una sonrisa divertida en el rostro, y de vez en cuando soltaba una carcajada que rápidamente contenía.
La espera no fue muy larga, Francisco Alcaraz nos presentó y Carballo comentó que si no nos importaba llevar la charla al restaurante, ya que tenía ganas de tomarse un café.
Camino del restaurante comenzamos a conversar sobre su nuevo libro (Diario público 1966-1968) y yo le pregunté (dado los años que abarcaba el libro y la fecha en la que nos encontrábamos: primeros días de octubre) si trataba algo acerca de los acontecimientos del 2 de octubre:
Óscar Paúl Castro: ¿Cree usted que algún día llegue a saberse realmente qué fue lo que pasó aquel día?
Emmanuel Carballo: Yo estuve escribiendo una columna durante dos años, pero ya estaba un poco cansado; después del ‘68 estábamos choqueados y ya no publiqué las entregas del ’69.
Yo publicaba los textos en Excelsior, muy corregidos, pero en el 68, la fecha que corresponde al 2 de octubre, publiqué otra cosa porque estaba muy impactado, es la primera vez que escribo sobre el 2 de octubre lo que sale en el Diario público. Lo escribí ya para entrar a prensas el libro.
No se sabe. Cuando escribí eso, hace poco tiempo, sabía tan poco como cuando ocurrieron los hechos. Saben los que realmente estuvieron dentro, los líderes estudiantiles. Y ni los líderes estudiantiles han explicado su verdad.
Esta cosa de meterte, meterte a un lugar cerrado, en el que te pueden balacear de todos lados y no tienes por donde escapar. Si yo soy tu líder no te llevo ahí, te llevo a un lugar abierto para que puedas correr por todas partes. Yo digo que esa es una cosa muy digna de ser tomada en cuenta a favor. . . en contra de los líderes del ‘68. Ellos querían muertos: unos y otros. Pero más los estudiantes, querían muertos para poder criticar al gobierno: Tengo mis muertos y desaparecidos.
Entonces los pobres soldados les daban en una nalga o en el corazón. Carne de cañón. A mí me salvó un soldado. Cuando logré salir de la plancha y logramos llegar a los edificios –iba con mi mujer de ese tiempo, quien es la actual directora de Era- nos detuvimos un momento, llegó un soldado, nos dijo: ¡Por ahí, por ahí!. Pensamos: Ya nos mataron, nos van a llevar al Campo Militar No. 1 y ahí quién sabe que vaya a pasar. Y no. Salimos a Manuel González, una de las calles, y estábamos libres.
Vi unas escenas muy fuertes: muchachas pegándole a los tanques ¡Tengan sus Olimpiadas! ¡Tengan sus Olimpiadas!, les gritaban a los tanquistas. Le pegaban al tanque –quitándose los zapatos- con el tacón. Empezamos a caminar, y cuando nos dimos cuenta estábamos en el Monumento a la Raza.
Francisco Alcaraz: ¿Cuál fue la reacción de los escritores de ese tiempo: se escribió sobre el tema en su momento o hubo un período largo de silencio?
EC: El ‘68 tuvo una prensa excelente y unánime desde un principio: el libro de la Poniatowska –que no estuvo en Tlatelolco- recogió testimonios; antologías de novela, de poesía; periodismo sobre el ‘68. Yo no quise figurar en todo eso. Hasta ahora, casi 40 años después, escribí algo sobre el ‘68: una crónica muy modesta, muy escueta digamos, no tienen pathos mis ideas. No eres héroe: simplemente te tocó estar ahí. Y después de la crónica, viene una nota de 30 años después, donde hablo de esto que les estoy diciendo de los líderes.
Me volví un francotirador a partir de entonces, en política y en literatura: dejé de creer en los dirigentes de los movimientos políticos.
Ya instalados, Carballo ordena un café y un agua mineral, reordena la mesa recién abandonada por otros clientes unos instantes atrás, le pide a la mesera que deje el periódico que habían abandonado los otros comensales. Antes de hojearlo, bosqueja una sonrisa al observar la primera plana del periódico con un artículo sobre López Obrador.
ÓPC: ¿Cree usted que hubo fraude?
EC: Él quiere la presidencia y no le importa llegar por lo legal o lo ilegal. Él quería llegar y le hubiera gustado más por los votos. Sin embargo, vienen observadores de la talla del equipo del presidente norteamericano Jimmy Carter, vienen gentes de Europa, España, Inglaterra, Francia, Italia, Sudamérica. No hay elección perfecta, pero no creo que haya sido fraude. Él se confió: tenía absolutamente ganada la elección, pero jugó como está jugando Lula (da Silva) que pensaba que iba a ganar de calle la presidencia y apenas ganó por un 7%, insuficiente para ser presidente en la primera vuelta y tiene que haber una segunda vuelta para que sea presidente.
Obrador no va a la primera reunión de los candidatos, le parecía absurdo: Yo ya tengo la elección ganada, qué voy a hacer con estos pobres pendejos. Desdeña a la prensa, se contradice terriblemente, se pone a hablar de historia. Antes de llegar, en el avión, leía el número de Letras Libres –yo la leo un poco a disgusto: pero hay que leer a tus enemigos para saber qué piensan y cómo contestarles. No es una revista que lea todos los meses; a veces trae artículos interesantes. Y sí, ves que López Obrador tuvo muchos errores, muchos errores. Y todos de soberbia: le faltó cultura. Pasar de Fox a López Obrador: son dos ignorantes de primera. ç
Fox tenía la ventaja que tenía una voz hermosa y era un gran locutor, más que un buen presidente. En cambio, la voz chillona, chicluda, fea de López Obrador. Perón no era un cúmulo de virtudes, sin embargo dejó su impronta en los años 40 y todavía los gobernantes argentinos dicen ser peronistas. Era inculto, pero tenía una mujer con mucho carisma. López Obrador no tiene mujer, por lo menos oficialmente.
ÓPC: Sin embargo, las emociones que llega a despertar son impresionantes.
EC: Y peligrosas. Una gente carismática es peligrosísima, las masas las huelen, están despidiendo como los zorrillos ciertos olores, y la gente sigue esos olores. Es más por la cosa animal que por la cosa intelectual por lo que siguen a Obrador: esos son los líderes, los verdaderos líderes carismáticos. Y López Obrador es muy carismático.
Me contaba Julieta Campos, la esposa de Gonzáles Pedrero –que fue gobernador de Tabasco-, que su marido (él es el culpable de que exista López Obrador, después Cárdenas fue el que le dio más chance) empezando el gobierno lo nombró director de prensa, en la mañana. Y en la noche, le dice López Obrador: Oye Enrique, yo nací para destruir instituciones, no para crearlas, yo no sirvo para eso que tú me encomendaste: o sea que dame por cesado, y si tienes algún puesto que se avenga con mi manera de ser me lo das, y si no, seguimos siendo tan amigos como siempre, y ahora Gonzáles Pedrero es una de las gentes que lo aconseja políticamente.
Es muy difícil, es una gente incontrolable, puede ser un Santana, puede ser un Hugo Chávez, puede ser una persona muy peligrosa.
ÓPC: El gobierno, la prensa, la radio, la televisión sobre todo, quieren hacerle creer al país que todo se ha decidido, sin embargo prosigue la tensión, se siente en el aire.
EC: Se ha decidido todo pero no se ha decidido nada, todo puede suceder mañana. Ahorita estamos en calma los tres, puede ser que estemos en bandos opuestos dentro de 15 días, y lo que hoy es avenencia sea desavenencia entonces. La política es cabrona: junta, separa a lo seres humanos.
ÓPC: Hubo algo en lo que coincidieron las propuestas de los candidatos más fuertes para la presidencia: hubo una total ausencia de propuesta cultural.
EC: No había. La cultura no le interesa a nadie, y eso es algo que a la gente como nosotros no nos favorece, necesitamos saber qué piensan los gobernantes sobre la cultura: un país que no es culto no puede avanzar tecnológica y políticamente. Dime qué cultura tienes y te diré quién eres: si eres un país inculto, tercer mundo; si empiezas a tener cultura, segundo mundo; y si eres culto, primer mundo.
La cultura da tecnología, la tecnología da dinero, y las cosas cambian. Nosotros estamos… obreros para la maquila.
Intento encaminar la charla fuera del terreno minado de la política hacia el tema que nos interesa fundamentalmente a los tres que compartimos la mesa: comento, un poco a manera de incitación, que el título de uno de sus libros más famosos me parecía demasiado osado: Los protagonistas de la literatura mexicana. Crea una alta expectativa en el lector, y se atreve a hablar de creadores que estaban apenas construyendo su obra en ese momento.
ÓPC: Nadie lo dice abiertamente, pero es evidente que la literatura mexicana está pasando por momento difícil: hay pocas obras importantes, pocas figuras del peso de autores como los que aparecen en su libro Los protagonistas, por ejemplo.
EC: Yo lo digo, lo decía hace tiempo: la literatura mexicana anda en un mal momento. Hablo de la cantidad excesiva de premios, de becas: los escritores pasan de una beca a otra beca y otra beca. No tratan de hacer una obra sino empezar a ver quiénes van a ser lo jurados de la siguiente. Viven de las becas: ya no trabajan sino en buscar la siguiente beca. En los premios faltan jurados honrados. Hay que ser más estrictos. Menos premios, menos becas, más exigencia a los becarios, crítica literaria severa.
Y si un muchacho joven que publica un primer libro prometedor, publica el segundo, y no es mejor que el primero, hay que decirlo, si no, lo estás jodiendo. Si tú amas a esa persona como escritor de tu país, tienes que decírselo. Ahora, si no lo quieres, déjalo que se hunda solo. Y parece que queremos que se hundan solos. Gente que en el segundo, en el tercero, en el cuarto libro, siguen repitiendo los hallazgos del primero. Y los hallazgos son como encontrar petróleo en el lago de Chapultepec.
ÓPC: ¿Cuál es el deber del crítico en el panorama de la literatura mexicana contemporánea?
EC: El crítico ha pasado a publicista de las editoriales, de los medios masivos de comunicación. El crítico, ante hechos consumados –no puede cambiar los hechos: los hechos son intransformables- debe estudiarlos en verdad y decir: me gustaría, me hubiera gustado, que se tratara este y este tema; estos personajes no acabaron de abocetarse: se quedaron más piedra que escultura. Decir las cosas que le puedan ayudar al autor y le puedan ayudar a los lectores. Los lectores no leen a los críticos porque la crítica no es honrada. Está en manos de gente inepta, y lo mismo en literatura como en toros, en beisbol, en futbol, en política, en todo. No hay crítica.
Leo El País todos los días, me tardo hora y media en leerlo, dejando muchos artículos que no me interesan. En cambio El Universal lo leo en 15 minutos. Un periodista –lo mismo que un novelista- tiene que agarrar al lector: decir las cosas, dar una noticia, pero de tal manera que te vaya metiendo lentamente hasta el final. Las escuelas de periodismo son malas, el Centro Mexicano de Escritores murió porque ya era absolutamente obsoleto. Yo fui becario –el primer becario de provincia- cuando Rockefeller auspiciaba el Centro. Me tocó estar con Rulfo, con Rosario Castellanos, con Luisa Josefina Hernández.
ÓPC: ¿Tenía ya la visión de que quería dedicarse a la crítica?
EC: Yo quería ser poeta. Publiqué algunos poemas –como muchas personas- y un libro de relatos, pero no tenían el valor suficiente para sentirme un poeta o para que me sintiera un prosista. Empecé a hacer crítica porque nadie en mis revistas quería hacer crítica, y yo encontré en la crítica –y en el ensayo- lo que andaba buscando. La crítica me llamó: ven, ven, ven. Y yo fui: y ahí me quedé.
FA: Imagino que las discusiones eran encarnizadas en el Centro.
EC: No había. Es la cosa. Había en aquel tiempo, en el Centro, escritores mexicanos y norteamericanos en igual número: cada semana leía alguien y lo comentaban. Leía un mexicano y ¿Qué piensan? ¡Magnífico, excelente! no le encuentro nada, y el siguiente igual, igual, igual. Luego pasaban los gringos y pasaban horas, viendo y estudiando y analizando, después se iban a cenar y a beber, y seguían trabajando. Nosotros, para no enojarnos, para no tener problemas, no hacíamos crítica, no hacíamos autocrítica. Le teníamos miedo. Los gringos se ayudaban de la crítica para mejorar, ejercían la crítica para perfeccionar sus textos.
FA: ¿Cree usted que el Centro Mexicano de Escritores haya sido fundamental para la creación de obras como El llano en llamas o Pedro Páramo?
EC: Bueno, mira, los casos excepcionales se dan solos. Alí Chumacero, por ejemplo, corrigió una carta –no sé donde viene: quizá venga en Los protagonistas- cuando Alatorre le comenta a Arreola (quien vivía en París en aquel tiempo, era actor con Louis Jouvét, en La Comedie): Acabo de conocer a un muchacho, le gustan mucho los libros, los discos, tiene talento: pero escribe burro con V de vaca. Era Rulfo.
La primera vez le publican en la revista Times, Macario: y no es mal cuento. . . buen cuento. No es de los mejores, pero es un buen cuento: es un inicio de primera. Publica dos, tres cuentos. Las erratas gramaticales, eso es lo más fácil. ¡A Alfonso Reyes se le iban unas cosas! Pero le hablabas. Cuando trabajaba en el Fondo (Fondo de Cultura Económica) de pronto te encontrabas con algún error evidente, y te preguntabas:¿Sería alguna cosa que don Alfonso querría poner por X circunstancia? Y le hablabas: Oiga don Alfonso, en tal párrafo, en tal línea, dice usted esto, ¿así quiso decir usted o es un error de máquina? Por supuesto que es un error de máquina, corríjalo, y muchas gracias. La crítica es muy importante, pero bien intencionada: alguien podría decir: Yo dejo que Reyes diga una tontería para joderlo. En lugar de preguntarle si esa tontería está puesta ex-profeso o es un error.
ÓPC: ¿Cree usted que en este momento podría escribirse un libro de la índole de Los protagonistas?
EC: Hay muchos libros que han hecho eso. Pero un libro no se prepara de un día para otro. Y luego yo buscaba una cosa: Arreola hablaba como Arreola, no hablaba como yo. Y ahora, en las entrevistas el entrevistado y el entrevistador hablan el mismo idioma, piensan con la misma cabeza, son la misma persona. En mis entrevistas uno es el entrevistado y otro es el entrevistador. Por supuesto que el entrevistador debe conocer la obra del entrevistado, de su generación, y de todo lo que vino antes, dentro de la línea de trabajo literario. Yo tardaba años en hacer una entrevista, con el método este: tuve la oportunidad con Vasconcelos, que me duró poco: murió casi inmediatamente. Con Martín Luis Guzmán hay como 8 entrevistas, en las que da sus consejos antes de morir a los jóvenes narradores.
ÓPC: ¿Existen escritores del peso de Rulfo, de Juan José Arreola, en este momento de la literatura mexicana?
EC: No creo. De ninguna manera: no hay un Arreola, no hay un Rulfo, no hay un Paz, no hay un Sabines, no hay un Revueltas.
ÓPC: ¿En esta época en que la creación está tan cercana a la institución, es todavía posible la disidencia?
EC: Debe haber escritores disidentes. Mira, por ejemplo, un manual para entender cómo debe tratar el escritor a la literatura es el Diario Público: mis ideas sobre la posición del escritor frente a sí mismo, sus compañeros, frente al gobierno, frente a la religión, frente a la política, frene a la Academia de la Lengua, El Colegio Nacional, las editoriales, todo eso. Yo creo firmemente –hasta donde sea posible- que hay que estar al margen para poder ser realmente críticos.
Entrevista realizada en el 2006
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